Tuesday, November 27, 2007

Chamal: la pericona no ha muerto



Chamal
Sur y canto
(2006, Alerce)

En los primeros años de la década de los '80 el grupo Chamal recibió una invitación para participar en "Chile te invita", de Canal 13, un espacio en el que actuaban grupos folclóricos latinoamericanos y chilenos. "Nacimiento, vida y muerte en Chiloé" era el nombre de la pieza preparada, que cerraba con una coreografía para "La pericona se ha muerto", la doliente canción de Violeta Parra compuesta en 1964. Para los responsables de "Chile te invita", sin embargo, la danza aludía con demasiada exactitud a las madres de los detenidos desaparecidos y esa imagen no se podía transmitir. Chamal fue censurado y jamás volvieron a ser invitados al programa.

"La pericona se ha muerto" parece estar unida de manera radical a la historia de este grupo formado a fines de la década del '60: la grabaron para el sello Alerce en 1978 (en su segundo LP, Cantos de amor y lluvia), fueron censurados por ella y hoy forma parte del repertorio escogido para Sur y canto, el séptimo disco en la biografía de Chamal. La nueva producción que reúne diecisiete canciones no sólo es relevante porque se trata de la primera después de diez años de silencio discográfico, sino porque es una armónica combinación de cantos provenientes de la tradición chilota y de obras compuestas por autores chilenos, inspiradas en la geografía, en las leyendas, en algunos oficios naturalmente isleños como el lobero o el tejedor de redes y en personajes tan míticos como los brujos de Chiloé.

Entre las primeras están dos vibrantes cuecas recopiladas del folclor chilote: "En la barra e’ Chiguao" y "Si me quieres te quiero". Con "Zamba resfalosa", además de reanimar versos que están en la memoria colectiva, Chamal es fiel a la oralidad de los versos nacidos en la voz de alguna cantora o cantor en un tiempo remoto ("Dicen que no caben dos en un almud / haguemos la preba con uno de Ancud..."). "Señora ya está lloviendo" parece ser el título de una inocente canción climática, pero el sólido juego de voces de Chamal es portador de una sutil picardía isleña.

El disco entero es una dotada fotografía musical de Chiloé: revive una centenaria fiesta religiosa en "El Nazareno de Cahuach" (Moncho Yáñez), se alimenta de suaves canciones de amores intranquilos como "La bella Elena" (recopilación de Osvaldo Jaque) o su reencuentro con el "Rin del amor", de Nano Acevedo, e introduce una canción que podría ser enseñada en el patio de un jardín infantil, como el "Zorrito chilote" (Raúl de Ramón). Con el aval de dos poderosas composiciones del repertorio de Violeta Parra ("La Pericona se ha muerto" y "Arranca arranca"), Sur y canto se convierte en un muestrario exportable de la cultura popular de Chiloé.

Canciones: 1. En la barra ’e Chaiguao. 2. La bella Elena. 3. La Periconita. 4. Rin del amor. 5. Zorrito chilote. 6. Cantalao. 7. Si me quieres te quiero. 8. Tejedor de redes. 9. El Nazareno de Cahuach. 10. Mate amargo. 11. Zamba resfalosa. 12. Pancho Chodil. 13. Arranca arranca. 14. Puerto Edén. 15. Señora ya está lloviendo. 16. La pericona se ha muerto. 17. Los pescados.

Músicos: Ester Gallero, Laura Riquelme, Patricia Salgado, Soledad Guerra, Mirtha Núñez, Jaime Chamorro, Renato Riquelme, Orlando Sáez, Vladimir Soto, Miguel Marín, Ricardo Pacheco, Juan Aro, Jacobo Archiles, Jorge Orellana, Carlos Garrido y Jaime Arévalo.

www.chamal.scd.cl


Artículo original en MUS.cl

Wednesday, May 09, 2007

Fiesta de la Cruz de Mayo: once horas de adoración


Luis Carreño, poeta y cantor de Machali




El cantor Luis Carreño es el primero en llegar a Los Marcos, localidad próxima a Codegua, en la Sexta Región. Son las seis y media de la tarde del sábado 5 de mayo y ha venido desde la cercana comuna de Machalí para participar en la Fiesta de la Cruz de Mayo. Canto a lo divino es lo que se escuchará aquí en dos horas más y Luis cantará por primera vez ante la misma cruz que los marquinos vienen adorando desde hace 150 años y que perteneció a doña María Pismante y a don Gregorio Pinto. El matrimonio conmemoraba la fiesta en su casa, a la antigua, con cena, desayuno y brasero. Ellos han muerto, pero la tradición sigue viva gracias a Francisco Astorga, reconocido habitante de El Rincón de Codegua, y a Elías Zúñiga, devoto vecino de Los Marcos que esta noche tiene el cargo de anfitrión.

A unos cien metros de la antigua capilla está la escuela Hijos del Sol, punto de reunión de los que irán llegando. En la penumbra hierve una tetera y se preparan los platos, tazas y panes para recibir a los invitados: Myriam Arancibia e Inés Medina, de El Rincón; Santiago Figueroa, de Rancagua, Antonio “Torito” Contreras, de Collipulli; Miguel Ramírez, de Curicó; Juan Molina, de La Estancilla, y Claudio Bravo, de Quilicura. Una veintena de alumnos de música de la Universidad Metropolitana rodea a Francisco Astorga, su profesor de rabel, guitarra y guitarrón; a ellos se sumarán el investigador y guitarrista Sergio Sauvalle y su grupo de alumnos de la Universidad de Chile.

–Es la fiesta de la exaltación de la cruz –explica Astorga en la Novena, el rito de inicio del ceremonial católico que venera a la cruz donde murió y resucitó Jesús. “Está adornada, sin Jesucristo clavado, como señal de resurrección”, detalla en alusión al “vestido” blanco que arropa a la pequeña cruz que domina el altar. Astorga toma el guitarrón, la voz de los cantores se empieza a escuchar en Los Marcos, seguirá presente en la misa y se oirá con fuerza en la oración comunitaria, un momento en que lo divino y lo humano corren por un mismo riel. Elías Zúñiga lo demuestra con su plegaria por los trabajadores cesantes y el deseo de un salario justo.

Las dos cantoras y sus ocho compañeros han formado una rueda frente al altar e irán diciendo sus versos, de izquierda a derecha, tal como se viene haciendo hace decenas de años en los campos de la zona central. Se turnarán para tocar el guitarrón y se apegarán a la norma vernácula: cuatro décimas con tema o “fundamento” bíblico, escritas por ellos o tomadas de otros poetas populares, y una quinta de despedida que podrán improvisar. Décimas de saludo a la cruz, otras para recordar la detención de Jesucristo y otras de veneración al “alto laurel” o “arbolito natural” van surgiendo en esta jornada en que la religiosidad popular y la modernidad se hermanan a través de los grabadores digitales que los estudiantes han dispuesto en las bancas para almacenar las voces de los poetas.


Moisés, José y Noé
Han pasado casi tres horas desde el inicio de la Novena y ahora el fundamento para las décimas es la Gloria o Resurrección, según instruye Francisco Astorga, mientras su esposa Myriam Arancibia asume el mando del guitarrón. Poco antes de la medianoche el grupo se divide para la cena: Francisco Astorga, Elías Zúñiga, Claudio Bravo, Luis Carreño y Juan Molina permanecen en la capilla y proponen nuevos fundamentos: el nacimiento de Jesucristo, la parábola del hijo pródigo y la historia de la Creación.

En su décima de despedida y antes de la cena, Luis Carreño pide por los dos mil trabajadores de la Forestal Arauco que permanecen en huelga. Los obreros también están en vigilia: en algunas horas más enterrarán en Curanilahue a Rodrigo Cisternas Fernández, huelguista de 26 años que fue baleado por un grupo de carabineros la noche del 3 de mayo. La fe del poeta machalino es tan del cielo como de la tierra.

A la una de la mañana cambia el turno y el bastón lo toman Torito Contreras, Miguel Ramírez y Santiago Figueroa. Es una rueda más breve y cuando terminan aprovechan el tiempo para conversar con los estudiantes que se han arrimado al brasero. Torito los torea con su conocimiento natural de la guitarra, de las hierbas, de la Biblia. Él no cree en la academia; cree en las viejas cantoras olvidadas por los investigadores; cree en su madre que quitaba los empachos a los niños y galopaba por horas para asistir a los enfermos.

–Moisés –propone Astorga a las tres de la madrugada, aunque ahora sólo quedan seis de la rueda original. Myriam Arancibia e Inés Medina han regresado a El Rincón, Elías Zúñiga debe dormir unas horas y Santiago Figueroa ha partido a Rancagua. El mate va corriendo de mano en mano, algunos muchachos dormitan en las bancas, otros toman el calor del brasero y entre los seis cuentan la historia de José esclavizado en Egipto y la travesía del Arca de Noé.

A las seis de la mañana sólo quedan cuatro frente al altar y dedican sus últimos versos a la Virgen María y a San Alberto Hurtado. Y al terminar, minutos antes de la siete, viene la despedida de Luis Carreño:

Como el profeta Bautista
que por ti rindió la vida
santa cruz firme y erguida
las avecillas cantoras
están anunciando la aurora
ordenan la despedida.

Francisco Astorga reparte una edición especial de la Lira Popular con versos del canto a lo divino. Es una hoja amarilla donde se pueden leer los escritos de Juan López Ortúzar, poeta de Pencahue; Miguel Galleguillos, oriundo de San Pedro de Melipilla; el sacerdote Miguel Jordá, y Raimundo León Morales con residencia en Pichilemu.

La fiesta de la Cruz de Mayo ha terminado, Elías Zúñiga toma la centenaria herencia de la familia Pinto-Pismante y encabeza la caminata por la calle principal del pueblo. Una vez más los cantores han perpetuado la tradición, y a esta hora una suave neblina se levanta en Los Marcos.

Nota: Esta es una versión ampliada del comentario publicado en www.mus.cl, sitio de la Sociedad del Derecho de Autor (SCD) dedicado a la música chilena.

Ver imagenes de la Fiesta de Cruz de Mayo en Los Marcos en el post de más abajo

Fragmentos de la Cruz de Mayo en Los Marcos.


Francisco Astorga, el profesor; Claudio Bravo, el alumno.


Es el turno de Luis Carreño para tomar el guitarrón.

Elias Zúñiga y Francisco Astorga son cantores, payadores y compadres.


Juan Molina vive en La Estancilla y es trabajador frutícola en Paine



Francisco Astorga, Inés Medina y Myriam Arancibia viven en El Rincón de Codegua.


Juan Molina recordó a su padre en las décimas de improvisación.




Esta es la tercera vez que Claudio Bravo le canta a la Cruz de Los Marcos.





La cruz de la familia Pinto - Pismante en el altar.



Los cinco cantores a la una de la madrugada. El resto ha ido a cenar.



Luis Carreño improvisó décimas para los trabajadores forestales en huelga.


Las siete de la mañana en Los Marcos. Elías Zúñiga, el anfitrión, carga la cruz.


Calle principal del pueblo. A un costado, las pircas y el canal.


Cantores y estudiantes caminan hacia la escuela para desayunar.


FOTOS: VERÓNICA SAN JUAN




Sunday, April 22, 2007

Cuasimodo en Machalí


Doña Elba Droguett, Ricardo Espinoza Droguett y don Carlos Espinoza, en la calle Javiera Carrera de la Población Salvador Allende



Camilo Lucero Bravo en la Población Salvador Allende


Saliendo del callejón Miraflores



Un descanso en Irarrázabal esquina Miranda



Altar en la calle Miranda


El cura párroco ha dado la comunión en esta casa de calle Miranda




Altar en la calle San Juan



Altar en la calle San Juan, casi al frente de Pisagua



El cuasimodista más pequeño montando a su yegua "Sacrificio"



En La Higuera esperan que el cura párroco termine de dar la comunión en el callejón Los Guindos


FOTOS: VERÓNICA SAN JUAN






Domingo de guirnaldas


Las Higueras con el callejón Los Guindos




Son las 8.20 de la mañana del domingo 15 de abril. Escucho voces en la calle Tarapacá, son mis vecinos que están colgando guirnaldas en el frontis de su casa. Apuro la salida, a las 8.30 los cuasimodistas de Machalí se reunirán en la parroquia San Juan Bautista para revivir la tradición: hoy es el domingo siguiente a la Pascua de Resurrección y los ancianos y los enfermos recibirán la comunión.

Camino por Tarapacá, cruzo el potrero para acortar camino, sigo por Miranda y veo nuevas cintas de papel en el pórtico de una casa. Es una mañana cálida y solitaria. En las afueras del templo hablo con la señora María González, presidenta de los cuasimodistas machalinos, le explico que no tengo caballo ni bicicleta, pero que quiero ir tras ellos. La señora María está muy ocupada con los detalles de la procesión, pero no olvida mi encargo y me ubica en la parte trasera de una camioneta.

El coche donde irá el cura párroco Manuel Lizana y los tres monaguillos también está adornado con guirnaldas de papel. A pesar de que es un carruaje negro, hoy se ve luminoso. Los jinetes esperan a un costado de la iglesia, algunos caballos llevan pompones de lana amarilla en sus cabezas, a otros los han acicalado con pompones rojos y naranjas, unos cuantos visten mantos blancos tejidos a crochet y dos de ellos cubren sus perfiles con un tejido tricolor.

Parte la peregrinación y saludo a mis compañeros de viaje: don Camilo Lucero Bravo, venerable cuasimodista de Rancagua, y su amigo Nibaldo Agurto Pérez. Es primera vez que Nibaldo asiste a este rito y va contento, tan contento como un niño asombrado. Enfilamos por Irarrázabal-Sector Piscina, llegamos hasta La Higuera y nos detenemos en el callejón Los Guindos. Una pequeña caravana de trece ciclistas va apegada a nosotros, entre ellos viaja Magdalena y sus dos hermanos. Unos kilómetros más allá, Magdalena se cansará de pedalear, subirá su bicicleta a la camioneta y escuchará los chistes de Camilo y Nibaldo.

En varias casas han preparado altares con imágenes de la Virgen María o de Jesucristo, hay flores y velas que se apagan con la brisa y hay palmas que adornan algunos árboles y las rejas de los antejardines. En la calle Pisagua se suman más cuasimodistas, ya son 35 jinetes (Nibaldo me ha ayudado a contar), el más pequeño tiene seis años, va acompañado de su abuelo y de su padre, y monta a Sacrificio, una hermosa yegua de 18 años.

En San Juan, entre Pisagua y Miraflores, veo más altares en las veredas y, tal como Nibaldo, me asombro de la devoción que presencio esta mañana. Retrocedemos hacia Irarrázabal, tomamos Tarapacá, mi calle, diviso a la señora María, dueña de Inquietud (perro pequeño pero bravo), a su padre, el octogenario don Camilo, y a mi madre, doña Juanita. Más allá saludo a mi vecina que todos los fines de semana madruga para preparar empanadas y venderlas a sus vecinos. Ella comercia para pagar la pensión, los libros y los pasajes de sus dos hijas que este año se han marchado a estudiar medicina. Más tarde vendré por mis empanadas.

Doblamos por Miraflores, entramos al callejón del mismo nombre, seguimos hacia la población Salvador Allende y nos detenemos en la calle Javiera Carrera, en la casa de mi amigo Ricardo Espinoza. A esta altura ya sé que Nibaldo trabaja como temporero de la fruta, que tiene horario nocturno y que anoche una gran amiga le ha regalado un colchón y un cubrecama.

En la casa de Ricardo fotografío a la abuelita Bertina, a la señora Elba Droguett y a don Carlos Espinoza, uno de los fundadores de la población Salvador Allende. Me despido de la familia, pero los cuasimodistas ya no están. Qué rápido pasaron, ha dicho una de las fieles que se quedó esperando el trote de los jinetes. Qué rápido se fueron, pienso, mientras me doy cuenta de que ya no podré seguirlos. Lo intento, camino por Recreo, pero sólo escucho la voz que sale por el altoparlante y alcanzo a ver a los últimos jinetes que doblan por el camino que lleva a la Curva de la Muerte. No me gusta ese nombre, pero en Machalí todos la llaman así.

Mi mochila ha quedado en la camioneta y no tengo dinero para regresar a mi casa.

Le pido al chofer de un colectivo que me lleve hasta Tarapacá, le cuento mi historia y él me cuenta la suya: “Eso no es nada, antes salíamos como cien jinetes y recorríamos todo Machalí. Terminábamos como a las dos de la tarde”. El ex cuasimodista me deja en mi casa, le pago 800 pesos (la tarifa dominical a domicilio) y regreso a la parroquia San Juan Bautista.

Pasa una media hora antes de que vuelva a ver a Camilo y a Nibaldo, mis compañeros de ruta. “Estábamos preocupados”, me dice Nibaldo con mi mochila en la mano. Comemos empanadas (la mía me la regala Esteban, un vecino de la calle Irarrázabal), hojeamos el diario, anoto el correo electrónico de Camilo, apunto la dirección de Nibaldo y prometemos vernos en una casa u otra.

La misa de los cuasimodistas ha comenzado, me siento junto a Camilo y espero que llegue su turno. Ha sido elegido para leer la segunda lectura de la Biblia y me ha pedido que le haga unos retratos. Qué voz que tiene este hombre. Hago los retratos, me marcho y pienso que tal vez el próximo año deba subirme a una bicicleta para pedalear en nombre de la tradición.

Wednesday, October 18, 2006

La vi entrar por Avenida Italia o testimonio de una estudiante de liceo fiscal


Foto:Alumnas de Diamela Eltit, del 3ºB del ex Liceo Nº 13 de Niñas de Providencia (Carmela Carvajal de Prat). Año 1982.

De pie, de izquierda a derecha: Verónica San Juan, Alejandra Cortés, Fabiola Sanhueza. Sentadas, de izquierda a derecha: María José (no recuerdo), Lorena Edwards y Eliana Acevedo.

El martes 17 de octubre, a las tres de la tarde, me senté en una larga mesa, junto a las escritoras Lina Meruane, Andrea Jeftanovic, Carina Muguregui y el escritor Nicolás Poblete. Estábamos ahí para decir algunas cosas sobre nuestra experiencia con la escritora chilena Diamela Eltit. Claramente yo era una invitada de piedra, una infiltrada en esta larga mesa, dispuesta en el Instituto de Letras de la Universidad Católica. Estaba ahí por haber compartido con Diamela en el Liceo Nº 13 de Niñas de Providencia. Ella como profesora de castellano y yo como su alumna entre los años 1981 y 1983.

Esto escribí, esto leí en el "Coloquio Internacional de Escritores y Críticos, en homenaje a Diamela Eltit":


Acerca del nombre de esta mesa
Cuando vi impreso el título de la mesa en que nos encontramos –“Se hace arte para no morir: Diamela el trabajo de taller”- estuve por llamar a Rubí Carreño, la organizadora de este coloquio, y decirle que me estaba cayendo de la mesa. Que no cabía en la larga mesa de escritores que han pasado por el taller de Diamela Eltit. Que quedaba colgando del mantel, que mi historia era otra, una pre-historia, tal vez, situada en un espacio y en un tiempo muy distintos.

Retrasé el llamado y pensé de qué modo podía sentarme junto a Lina, Andrea, Nicolás y Carina, todos talleristas de Diamela, en distintos períodos. Intenté asimilar el trabajo de taller con el aula de clases de un liceo fiscal, donde fui alumna de Diamela, entre los años 1981 y 1983. Las diferencias, tan notorias, me volvían a botar de la mesa. Veía muchachas de jumper, calcetines de nylon azul y delantal a cuadros celestes, sentadas en pupitres con cubierta de melamina, y no me calzaba con la escena de una biblioteca, una década después, con la misma Diamela rodeada por un grupo de hombres y mujeres que, en un acto voluntario, hacían circular sus textos semana a semana, en busca de una lectura crítica de sus relatos. .

Intenté un nuevo ejercicio y pensé al revés: ¿En qué se asemeja el trabajo de taller literario a un trabajo de aula escolar, acotado por lecturas obligatorias? Con esa torsión logré, creo, aproximar el aula al taller. Vi que por esos años en las salas del Liceo Nº13, hoy Carmela Carvajal de Prat, también circulaban textos en hojas de papel roneo, salidas del precario esténcil; hojas ásperas, rugosos que traían cuentos o poemas aprobados por la Unidad Técnico Pedagógica. No eran textos escritos por nosotras, pero circulaban y estaban ahí para decirnos “Se escribe para no morir”.

“El burlador de Sevilla”, “Fuenteovejuna”, “El lazarillo de Tormes”, “La Galatea” o “Las Églogas” de Garcilaso de la Vega pasaban por nuestros manos y aprendíamos, unas más, otras menos, que las clases de castellano eran bastante más que formas o estructuras gramaticales; bastante más que la diferencia entre un soneto, un romance o versos octosílabos. Que el castellano era un Árbol plantado por María Luisa Bombal o un Olmo seco plantado por Antonio Machado.

Tal vez, sin saberlo, asistí a los primeros talleres o pre-talleres literarios de Diamela Eltit. Nunca le mostré mis textos ni mis crónicas con apuntes urbanos sobre la protesta social, pero fui conformando un lenguaje, un estilo de escritura que se complementaba con otras raíces: la raíz libre pensadora de mi abuelo Carlos Wolff Palma, y el rigor gramatical de María Graciela Quezada, mi profesora de castellano entre los años 1978 y 1980. Ni ella sabía de esos pre-apuntes periodísticos ni yo sabía que Diamela empezaba a escribir la memoria de un país quebrado.

Todas estas lecturas, desde el Rider Digest de mi abuelo coleccionista, hasta las clases de aula que he bautizado como pre-taller, me llevarían en 1984 a matricularme en la desmembrada Escuela de Castellano del ex Instituto Pedagógico y luego en el Instituto de Letras de la UC, para, finalmente, terminar en la Escuela de Periodismo de esta universidad.
No hay novelas en este proceso de aulataller, por eso he traído pequeñas historias, más que nada fragmentos afectivos, entre una profesora y una alumna de liceo fiscal.

Aquí los fragmentos:

Avenida Italia esquina Marín. El lugar de los hechos
A unas diez cuadras de la pequeña calle La Tranquera está el Liceo Nº 13 de Niñas de Providencia. Me han matriculado ahí, a pesar de que mi profesora de la Escuela Nº 41, doña Irma Urzúa, ha recomendado que es mejor que vaya a una Escuela Técnica. Que para mi futuro es mejor así. Pero a pesar de la sugerencias, ese lunes de marzo de 1978 llegaré al séptimo de enseñanza básica, en la jornada de la tarde. Voy con el entusiasmo de una niña de doce años. Aún no sé que este liceo es una especie de oficina de propaganda del pinochetismo ni que su directora, doña Inés Huerta, es una activa militante de la dictadura militar; ni que Lucy Mateluna, la profesora de educación musical, intentará adoctrinarnos con su verborrea musical No tengo cómo saber que expulsarán a mi primera profesora de castellano, María Graciela Quezada ni que en algunos años más nos vigilarán en los baños para que no pintemos leyendas contra la dictadura. En esta tarde de 1978 no puedo saber que un día de 1983 seremos acorraladas en la cancha del liceo por doña Inés Huerta y sus inspectoras, tras sumarnos a una de las protestas nacionales.


Tampoco sé que por la reja de Avenida Italia veré entrar a una mujer de pelo muy corto que vendrá de la mano de un niño de pelo cobrizo ni que esta mujer será mi profesora de castellano en tres años más. No tengo cómo saber que su nombre es Diamela ni que se desliza por las calles de Santiago dejando algunas marcas para la memoria social y visual de Chile. No sé que significa CADA ni sé qué es un video instalación.

Tantas cosas que no sé.


Televisores en el Bellas Artes
Sábado o domingo de algún mes de 1981, Museo de Bellas Artes. Tal vez he venido con mi abuelo o tal vez con Alejandra Cortés, mi amiga y compañera de banco en el 2º B del Liceo Nº13. No sé si he venido a hacer una tarea o sólo he venido a mirar alguna exposición. Mirar por mirar, sin instrucciones pedagógicas. Mi vista recae en un grupo de cuatro televisores en blanco y negro. Camino hacia ellos, ahora estoy más cerca, miro y no logro entender lo que proyectan las pantallas. Sólo veo una imagen fija de una montaña; puede ser la cordillera de Los Andes. Supongo que mi cara refleja mi desconcierto, pero aquí no hay ningún guía que me saque de esta ignorancia. Lo único que entiendo es que allí hay un nombre que reconozco. Damiela Eltit y Lotty Rosenfeld son las autoras de “Trapaso Cordillerano”, y Diamela Eltit es el nombre de mi nueva profesora de castellano. Ésa que lleva botas café, ésa que viste distinto, ésa que lleva el pelo corto y que tiene un lunar cerca de la boca. Ésa que camina en la sala entre una fila y otra de pupitres, como en una maratón. Ésa que no se parece a las otras profesoras. Ésa, que extrañamente, nos llama “Pajarito” o “Linda”.

La clase siguiente no digo, no pregunto. Tal vez exista otra Diamela Eltit y, ésta, la de las caminatas dentro del aula, nada tenga que ver con la de los televisores. O tal vez sea una en dos.

Es tan poco lo que sé.

El amigo de Diamela
Estamos en el comedor de Lorena Edwards, una alumna del 3º B y una de las tantas muchachas que, junto a Alejandra Cortés y Amparo Gutiérrez, hemos invitado a participar en la Comunidad Cristiana de Estudiantes Fiscales, COCEF, un pequeño grupo de raíz católica creado por el Cardenal Raúl Silva Henríquez el 6 de junio de 1982. La casa de Lorena está ubicada en la Población Chile, en el paradero 3 de Avenida Vicuña Mackenna. Esta tarde nos acompaña un estudiante del Seminario Pontificio Mayor. El Chico Bustamante está a punto de revelarnos algo que nos va sorprender. Ya no será lo mismo cuando volvamos al Liceo y Diamela abra el libro de asistencia. El Chico Bustamante está a punto de decirnos que es amigo de Diamela, que Diamela es escritora, que acaba de terminar un libro y que el libro se llama “Por la patria”. El seminarista lo está terminando de decir y nosotras estamos boquiabiertas.

Y nosotros con ella y sin saber. Sin saber que la inquieta caminante ha escrito un libro. Y no sólo un libro, sino que ha estado protagonizando la historia de la resistencia cultural desde fines de la década del 70.

Y nosotras sin saber.

De vuelta a clases no decimos nada no preguntamos nada.

Ya habrá un día, un momento, un lugar.

El tocadiscos de mi padre
Cuarto año D, 1983. He sido expulsada de mi curso de origen. Dicen que Inés Huerta, la directora, ha dicho que soy una “líder negativa”. No tengo certeza de lo que dicen que dijo, pero he ido a parar al 4º D, por la buena voluntad de Lucy Silva, mi joven profesora de matemáticas.
Se me revuelve la vida, no conozco a nadie, no quiero estar aquí. Diamela sí está aquí con su caminata entre pupitres. ¿Por qué caminará tanto Diamela dentro de la sala de clases? A veces pienso que se siente tan enjaulada como nosotras y que ella también es un Pajarito. Otras veces creo que va tramando algo entre un paso y otro de sus botas, no sé qué, pero la veo como si estuviera aquí y allá. Más que nada allá.

Me siento en la primera fila de esta sala junto a la alumna Doris Kern; a mis espaldas se sienta mi nueva amiga MyriamVásquez. Myriam ya sabe que cuando egresemos en pocos meses más, deberá partir a Inglaterra, en este nuevo grupo de exiliados silenciosos.


Diamela nos ha propuesto disertar sobre los poetas de la Generación del 98, yo elijo a Antonio Machado.

Esta mañana tomo dos objetos queridos para complementar mi exposición: el tocadiscos portátil Phillips que me dejó mi padre antes de partir a Nueva York, en 1977, y el elepé que dejó Ximena, mi tía, antes de partir al exilio en 1974, en ese vuelo Air France. El disco es de Joan Manuel Serrat y lleva por nombre “Dedicado a Antonio Machado Poeta”. Pongo la aguja y salta el primer poema-canción. Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar. Digo algunas palabras. Pongo la aguja nuevamente y salta el segundo poema. Vosotras las familiares inevitables golosas/ vosotras moscas vulgares, me evocáis todas las cosas. Y la sala del 4º D se va llenado de una música que aquí no se puede oír porque las clases de música las comanda Lucy Mateluna, una exhibicionista defensora de la dictadura de Pinochet. Una mujer que nos atemoriza con sus himnos.

Diamela, esta vez sentada, escucha la música que aquí no se puede oír.

pero la vida, el tiempo
2 de noviembre de 1983. Guardo dentro de mi morral un cuaderno de tapas duras, de color rojinegro y de orlas doradas que lleva inscrita, con trazos góticos, la adolescente inscripción “Diario de mi vida”. Mis 17 años me absuelven (creo) de este desliz. Hasta ahora no hay nada de mi vida ahí. O sí, sólo que no hay historias de romances adolescentes, sino que letras de canciones que he venido escuchando desde hace algunos años. Un texto de la activista norteamericana Joan Báez cubre la primera hoja.
Pero ahora quiero usar el cuaderno para otro fin, quiero llevarme algo de este liceo además de mi militarizada y limitada educación. El cuaderno va pasando de mano en mano durante las dos primeras semanas de noviembre hasta que el 17 de ese mismo mes llega a la mesa de Diamela.
Diamela escribe:

“Querida Verónica
Después de tres años de crecimiento y más allá de cualquier separación, sé que vas a tener una buena vida, a veces intuyo eso con las personas y esto pasa en tu caso.
Hay mucho más de lo que habría debido hablarles en estos tres años
/ pero la vida/
el tiempo/
te quiere/ Diamela”

Pero la vida, el tiempo.

Diamela sabe por qué ha escrito esto, yo también. Aquí está la respuesta a las preguntas que no hicimos y a las pocas que nos atrevimos a hacer con Alejandra Cortés y Amparo Gutiérrez. Pero la vida, el tiempo responde el enigma de los televisores en blanco y negro del Bellas Artes; a la escritura silenciosa de “Por la patria”; a las páginas jamás comentadas de la revista Hoy que hablaban sobre la distribución de leche en La Granja.

Pero la vida, el tiempo es la respuesta de una artista contemporánea que ha debido desplazarse en un liceo fiscal que en estos días es la representación del espacio público intervenido. Un espacio que ha limitado la expresión de cientos de muchachas y de decenas de profesores y profesoras.

Pero la vida, el tiempo nos volverán a encontrar.


Un taxi en la Avenida Portugal
¿Qué año es éste? Debe ser un año de la segunda mitad de los ‘80. Debo estar en la Universidad Católica, en el Instituto de Letras, estudiando castellano. Debo venir de alguna oficina de la Casa Central de la UC. Así lo creo porque estoy cruzando la Avenida Portugal esquina de la calle Lira. O también puede ser algún año de los primeros de la década del 90, en la Escuela de Periodismo de la UC. Hay algo nublado en esta escena que me hace confundir los años. Debe ser la circunstancia en que se produce el encuentro, o los segundos que dura el cruce de palabras. Ocurre así: alguien grita mi nombre desde la ventana de un taxi, volteo la cabeza, es Diamela Eltit. Hace años que no nos vemos, no sé cuántos Qué estás haciendo? Qué bueno, Cuídate mucho, Linda y el taxi se va y Diamela desaparece hasta no sé cuando. Yo sigo caminado por Avenida Portugal con ese vocativo escolar en la cabeza. Con toda mi cabeza volcada en ese portón de la Avenida Italia y la mujer de pelo corto que nuevamente se acaba de ir.

pero la vida el tiempo, otra vez
Nos volvemos a ver con cierta regularidad, cada dos o tres años, pero tenemos pocas oportunidades para conversar. Por eso una mañana de noviembre de 2003, decido escribirle para exhumar algunos recuerdos. Estos son algunos párrafos de aquella carta escrita como crónica mientras se realizaba un Homenaje a Diamela en La Habana:

“...Mientras se pasea agitadamente entre la escenografía de la sala, pide respuestas. No acepta los “no sé”. En realidad, no tolera los “no sé”. Cuando camina, mira hacia abajo, mira sus pasos y apremia con las respuestas. Lo suyo es gimnasia escolar y literaria. Exige identificar metáforas, hipérboles y todas las figuras literarias que nos ha venido enseñando. Yo siempre estoy preparada. Yo siempre quiero responder...”

“Un año, otro año .. Diamela sigue ahí y es una presencia militar la que nos dejará desnudas por primera vez. A ella le han encomendado una misión y me ha convocado a mí para ejecutarla. Es como si nos hubieran puesto una metralleta encima... Diamela y yo estamos en una pequeña sala del primer piso del liceo, una especie de camarín donde nos alistamos para la representación. Yo estoy aterrada, avergonzada y se lo digo. No quiero leer para la esposa de uno de los cuatro de la Junta Militar. Ella no es él, pero lo representa y afuera hay una tropa de fieles que la espera para las reverencias. Estoy paralizada, pero hay una solo gesto que logra movilizarme. Diamela está igualmente perturbada y me pide –en realidad me exige- que avancemos hacia la representación. La misión es ingenua. Debo leer las cartas que Carmela Carvajal de Prat le escribió en otro siglo a su marido, el marino... Leo como una muñeca a cuerda, no recuerdo ni una sola frase de esas –probablemente- relamidas cartas. Leo, leo y leo hasta terminar, hasta escuchar los aplausos, hasta mirar los aplausos de Margarita Riofrío de Merino, la pequeña mujer de la que sólo recuerdo las perlas que cuelgan de su cuello. Afuera un viejo reportero de la Radio Nacional me asalta y me interroga sobre mi pequeño acto escolar. Otra vez hablo como una muñeca a cuerda. Me pregunta mi nombre, se lo digo y espero que a esa hora de la mañana todas las radios de Chile estén apagadas”.


Hasta aquí estos fragmentos de una estudiante de liceo fiscal de los primeros años 80, pero antes tomo las palabras de Diamela escritas el 17 de noviembre de 1983 y las respondo este martes 17 de octubre de 2006:

No falló tu intuición. He tenido una buena vida, he conocido buenas personas.
...pero la vida
el tiempo
te quiere
Verónica

Verónica San Juan/Machalí 16 de octubre de 2006

Thursday, October 05, 2006

Tres millones de cobardes IV (O la sanción del Consejo Nacional de Televisión a Chilevisión

Los argumentos de algunos abogados pueden ser sorprendentes. Lo confirmé hace algunos días cuando me llegó un correo electrónico desde el Consejo Nacional de Televisión. En él me informaban que tras mi denuncia del 15 de junio, y luego de recibir los descargos del equipo jurídico de Chilevisión, el CNTV había decidido sancionar por mayoría de sus miembros al programa que lleva el nombre “Gente como tú” y que realiza la productora Broadeyes.

Veinte Unidades Tributarias Mensuales (unos 640 mil pesos) y un cargo por afectar la dignidad de una paciente siquiátrica, fue el costo de las palabras emitidas esa mañana del 14 de junio por el conductor Leo Caprile, quien trató de cobarde a una mujer con depresión endógena y con trece intentos de suicidio en su historia clínica. El conductor, considerado como “rostro” y “figura” de Chilevisión (nomenclatura utilizada por la prensa de espectáculos y farándula) jamás ofreció excusas públicas ni se retractó de sus palabras que, indirectamente, afectaban a los tres millones de chilenos y chilenas que padecen algún grado de depresión.

Además de celebrar el reconocimiento de los derechos de Ivonne (la mujer denigrada) por parte de un organismo público, quise detenerme en los descargos de los abogados responsables de la defensa. Y leí una pasmosa argumentación.

Veamos un extracto de los descargos resumidos por el CNTV:

VI.- “Que los conductores mantuvieron un diálogo con la paciente donde, en forma respetuosa y responsable, le preguntan y le dan a conocer su opinión respecto a lo sucedido (nota de la autora: se refiere a sus trece intentos de suicidio). La mayoría de los panelistas empatizaron con ella, en especial la periodista Ivette Vergara que, cuando Caprile hace su intervención sobre la “cobardía”, lo interrumpe, habla de la depresión endógena que sufre la paciente y le da el pase a la siquiatra”.

Sí. Recuerdo la intervención de la periodista, pero también recuerdo que la psiquiatra tuvo escasos segundos para hablar de la condición de su paciente. Los segundos cuestan dinero en televisión y los conductores no recogieron el guante lanzado por la doctora y le dieron el pase a los auspiciadores del programa. Sí. Lo recuerdo muy bien.

VII.- “Que, en ese contexto, se debe analizar la intervención de Caprile como un partícipe de la conversación que expone el punto de vista del espectador común, que estimula la conversación con vehemencia, buscando siempre ir al fondo del tema. Además él tuvo una preocupación adicional por los efectos de los intentos de suicidio ante menores de edad, especialmente una sobrina de 10 años que la encontró después de su último intento de suicidio y presenció los efectos del mismo”.

Me asombra la lógica argumental; me asombra que tengan tan claro que tratar de cobarde a una paciente siquiátrica no es otra cosa que exponer “el punto de vista del espectador común”. Me pregunto cómo logra saber el conductor (y los abogados) cuál es el punto de vista del “espectador común”. Eso en el caso de que hubiera “un espectador común”, claro. Todos sabemos que en televisión hay espectadores, uno y otro, cada uno con distintas motivaciones para encender el aparato de televisión, con opiniones variadas e incluso sin opinión. Algunos ni siquiera ponen atención a lo que se emite por la señal; algunos sólo la encienden para tener un sonido zumbando en sus vidas solitarias.

VIII.- “Que el conductor del programa le señala a la entrevistada textualmente ‘perdóname, yo no te quiero atacar, yo sé que pasas por un momento difícil, antes de dar a conocer su punto de vista, situación que es totalmente válida en televisión ya que se enmarca en la libertad de opinión consagrada constitucionalmente en nuestro país. No porque la persona esté enferma o pase por un momento difícil se va a prohibir dar a conocer opiniones o visiones respecto a un tema, siempre que se haga con respeto”.

No sé si fue por descuido o olvido de los responsables de los descargos, pero la cita no está completa. Yo también quiero citar textualmente y sin omisiones. El párrafo entero, lanzado como una bofetada a la mujer, fue dicho así: “...perdóname, yo no te quiero atacar yo sé que pasas por un momento muy difícil, pero yo creo que para matarte hay que ser muy valiente o muy cobarde y yo creo que tú te estás escondiendo y has sido muy cobarde toda tu vida... creo que es un momento en que hay que hablarle claro y fuerte a Ivonne, yo creo que ella ha sido excesivamente cobarde en su vida y ha encontrado justificación en que los hijos no estaban, en que los hijos que aquí o allá y los castiga con este tema de la muerte, porque si alguien se quiere matar 13 veces, lo logra”.

Y sobre la libertad de opinión aludida, puedo decir que en esto tienen razón los abogados: la libertad de opinión está garantizada constitucionalmente, pero la Constitución no consagra en ninguno de sus artículos la posibilidad de denigrar ni afectar la dignidad de las personas.
IX. “Que, finalmente, su interpelación tiene por objeto remecer su conciencia, ayudarle a recapacitar y darle un impulso para vivir y que, por lo demás, la tesis sobre la cobardía planteada es pertinente, legítima y se ha dado en todas las épocas...”.

Al leer este descargo tengo la impresión de estar leyendo un manual de autoayuda. Según este breviario tengo que entender que un conductor de televisión está capacitado para interpelar públicamente a una paciente siquiátrica y que, además, tiene la facultad de remecer su conciencia, todo esto con una terapia de shock para que la paciente reaccione. También me puedo enterar que la tesis del suicidio asociado a la cobardía no sólo es pertinente sino que es necesario difundirla a través de un medio de comunicación. Interesante.

Después de leer el acta en la que el CNTV sanciona al programa “Gente como tú”, no sé que me deja más perpleja. Si las palabras destempladas del conductor dichas aquella mañana del 14 de junio o los descargos redactados para defenderlo. Por lo menos es evidente que el razonamiento jurídico, en este caso, no funcionó.

“Los fallos no se comentan, sólo se acatan”, dijo el conductor Leo Caprile al diario Las Últimas Noticias. Y me quedé pensando en su declaración escueta y razonada: que ligereza, pensé, para opinar sobre la vida de seres humanos vulnerables, y que economía de palabras para referirse a sus errores públicos.

Monday, September 25, 2006

Libros quemados, libros redimidos



Tiene que sentarse y poner el oído en el respaldo de la silla, le escucho decir al hombre que está parado en la Galería Concreta del Centro Cultural Matucana 100. Antes he visto las imágenes que se proyectan en el suelo, pero no he sabido qué hacer para continuar viendo (u oyendo) la instalación sonora “Memoria de los libros (Exhumación de una historia)”. En las imágenes he visto las manos de militares que portan libros, luego esas manos los trasladan hasta una fogata. Creo haber reconocido las escenas de la gran quema del 23 de diciembre de 1973, en la Remodelación San Borja. También he visto un grupo de sillas semi reclinadas, envueltas en género blanco.

Sigo la instrucción del hombre, la sigo con el temor de fallar en el intento. Temo que el parlante oculto por el tapiz blanco coincida con mi oído malo. Si es así, pienso, tendré que contorsionarme para escuchar las voces que relatan las historias de mujeres y de hombres que quemaron, enterraron o, en algunos casos, salvaron sus libros y documentos tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973.

Paso la prueba: oído bueno y parlante están conectados.
Escucho la historia de las quemas de fichas de una célula del partido socialista y de la quema de textos sobre salud pública, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. Escucho decir que el doctor y salubrista, Hugo Behm Rosas no se resignaba a entregar un libro. “Pero si está todo subrayado”, se lamentaba el doctor Behm. Las voces también hablan de pequeñas hogueras privadas, encendidas en los patios de las casas, antes de que llegara una patrulla militar y los textos de sociología, biología o literatura, se convirtieran en pruebas acusatorias. Escucho esto y retorno a mi archivo personal. Vuelvo a ver el pequeño patio del departamento de la calle La Tranquera (la calle de una cuadra que parte en Avenida Vicuña Mackenna y termina en San Camilo). El departamento 2, del edificio Nº 54. Es un patio desordenado, donde hay jabas de madera, algunos maceteros con filodendros y matas de cardenales; la escoba y la pala semi-oxidada, los alambres para colgar la ropa y los perros para fijarla y que no se la lleve el viento hacia los techos del garaje. Es el patio de mi infancia el que veo mientras voy cambiando de silla y escuchando los relatos recopilados por la artista chilena Lorena Zilleruelo.

Recuerdo este patio porque de ahí vi salir humo después del Golpe. Me asomé una tarde y vi a mi abuelo y a mi tía quemando papeles. No puedo decir exactamente qué quemaban; si eran documentos, libros o fotografías. Probablemente era de todo un poco porque Ximena, mi tía, era una activa militante de la Unidad Popular y funcionaria de la Corporación de la Reforma Agraria, CORA.

Los relatos de las sillas son más precisos que mi recuerdo: uno habla de su libro titulado “La revolución industrial”, otro menciona “Las aventuras de Tom Sawyer” y “Sandokán”; y otro habla de sus ejemplares de educación popular de la desaparecida Editorial Quimantú. Una nueva imagen regresa a mi memoria. Esta vez veo el baño del mismo departamento, un baño mediterráneo, con piso de baldosas negras, tina honda y bidé. En esta imagen entro al baño y veo el bidé lleno de cenizas. Otra vez han estado quemando papeles. Sólo recuerdo esta escena, pero es probable que haya ocurrido varias veces, mientras yo permanecía en la escuela.

Pero hubo libros que mi familia no sacrificó. Mi padre guardó sus mini-libros de la Editorial Quimantú y me los heredó en 1977, antes de partir a Estados Unidos. De esa serie leí “El fantasma de Canterville”, cuando María Graciela Quezada, mi profesora de castellano en el séptimo B, lo pidió como lectura obligatoria el invierno de 1978. De esa misma colección leí “Las aventuras del Salustio y el Trubico (Chascarros)”, las historias de dos entrañables maestros mentirosillos, escritas por Alfonso Alcalde y que no estaban (imposible que estuvieran) en la nómina de lecturas del Ministerio de Educación.

Protegí por años esa colección salvada pro mi padre; la guardé hasta 1989, cuando supe de Lalo Cruz Poblete. Lalo estaba desahuciado, tenía cáncer y su madre, doña Elena Poblete, pedía libros para que su hijo pudiera pensar en otra cosa que no fuera en su muerte. Empaqueté mi colección leída y se los envié con su tía Elba Cruz, a su casa de Linderos. No sé qué fue de aquellos mini-libros después de que enterraron a Lalo, pero hace cinco años pensé que era bueno reconstruir esa herencia paterna y comencé a buscarlos en ferias y tiendas de textos usados. Mi amigo David me iría ayudando en esta obsesión En las caminatas nos fuimos dando cuenta que muchos lectores (como mi padre) se habían aferrado a sus mini-libros y no los habían quemado ni enterrado ni enviado por el tubo de un incinerador. Aparecían fácilmente en cajas y repisas, casi siempre a 500 pesos. Nos fuimos topando con “El hombre del millón”, “Espuma y nada más (cuentos de Colombia)”, “Tom Sawyer detective” (Mark Twain), “Mario el hipnotizador” (Thomas Mann), “Aventuras de un fanfarrón” (William Thackeray), “Reunión” (Julio Cortázar), “Una chica de la calle” (Stephen Crane), “Mister Jara (Gonzalo Drago), “24 horas en la vida de una mujer” (Stefan Zwig), “Banda del pueblo” (José de la Cuadra)... En la tienda de antigüedades Traslapuerta de Valparaíso encontré “Los siete ahorcados” (Leonidas Andreiev) y en una caminata solitaria por la feria de antigüedades de Viña del Mar hallé “Noches blancas” (Fedor Dostoievsky). “El diablo en el cuerpo” (Raymond Radiguet) lo atrapé en un caja de cartón el 5 de febrero del año 2005, en la Feria del Libro Usado de la Universidad Mayor. Quedé tranquila cuando encontré “El fantasma de Cantervillle” y “Las aventuras del Salustio y el Trubico”.

Aún faltan unos pocos para completar la colección, pero las dos piezas principales de la herencia ya están en su lugar.

Tuesday, September 12, 2006

Homenaje a José Carrasco bajo las reglas de la autopista express



Un bus está estacionado en la calle Valentín Letelier, a una cuadra de la Alameda, cerca de la calle Amunátegui. El destino del bus es el cementerio Parque del Recuerdo. No irá hasta el portón principal ni entrará al estacionamiento público; el chofer deberá detenerse a mitad de la gran muralla que rodea el cementerio de césped, en un bloque de cemento muy preciso, uno que fue utilizado como paredón para asesinar al periodista José Carrasco Tapia, en la madrugada del 8 de septiembre de 1986.

No conozco a ninguno de los que han subido al bus, pero sé que varios de ellos fueron amigos o compañeros de trabajo de Pepone. Veo que alguien acomoda unas pancartas con el afiche que lleva el rostro del que fuera editor internacional de la revista Análisis. Elijo un asiento y pregunto a un periodista que también viaja solo si sabe en qué consistirá esta romería. Luego sabré que su nombre es Manuel Julio y que trabajó en la Presidencia durante el gobierno de la Unidad Popular.

Cruzamos el centro lentamente, el chofer no ha escogido la mejor ruta e ingresa al corazón del barrio Mapocho, con la aglomeración de compradores que concurren cada sábado al sector del Mercado Central, del barrio Patronato y de la Vega. Los romeros vamos atrasados al homenaje y el chofer no se inmuta. Nadie le indicó la ruta, responde ante los reclamos. Cómo explicarle que éste no es un paseo a la playa ni un viaje de turismo por la capital, pero no tiene sentido, ya estamos aquí, atorados por el tráfico del mediodía. Me abstraigo del nerviosismo conversando con Manuel; hablamos animadamente, sin reparar en los semáforos rojos que detienen esta romería.

Liberados del centro de Santiago damos algunas vueltas por el sector de El Salto hasta que aparece la Avenida Américo Vespucio, la calle del cementerio Faltan quince minutos para la una de la tarde, veo unos conos de color naranja, una camioneta amarilla, dos funcionarios de la concesionaria de la autopista Vespucio Norte Express y otro grupo de romeros que esperan en la vereda, frente a la placa que recuerda a José Carrasco. Se ven muy apretados unos con otros y deberán apretarse más con nuestra llegada. Algunos bajamos hasta la calzada, pero no se puede permanecer ahí; los autos siguen pasando casi al borde de nuestros pies.
Dicen que no pueden parar el tránsito porque los autos se tendrían que ir por la autopista y pagar el TAG, avisa una mujer que ha ido a preguntar por qué tenemos que estar apiñados en este pequeño espacio de la vereda. Los funcionarios de la concesionaria tienen orden de garantizar la libre circulación de los automovilistas; en su manual de desempeño parece no estar estipulado un homenaje para llevar flores a un hombre asesinado. Y de qué me extraño si las animitas que recuerdan a los muertos de las carreteras han ido desapareciendo con las autopistas express.

Una pareja de carabineros aparece por el lugar, ahora sí -pienso- esto será una romería libre de autos que rozan nuestras rodillas. Veo mover la mano del carabinero; es una orden de tránsito desconocida para mí: el policía mueve su mano como si estuviera aquietando los ánimos o como si le estuviera pidiendo a alguien que bajara la voz. Pero ese movimiento es una petición muda para que los automovilistas disminuyan la velocidad.

Mientras el carabinero sacude su mano, se suceden los discursos de los amigos de Pepone: escucho a la periodista Gladys Díaz que habla de cartas que iban y venían entre los campos de concentración de Puchuncaví, donde estaba él, y de Tres Álamos, donde permanecía detenida ella. Las madres de ambos actuaban como correo. También escucho a la periodista Patricia Collyer, su compañera de trabajo en la revista Análisis. Habla del enigmático tecleo de una máquina de escribir que sonaría después de la muerte de su amigo. El periodista Mario Aguilera explica el porqué de su bigote amostachado, que lleva desde hace tantos años. Es un tributo a Pepone. Y todos cuentan algo, una pequeña historia que desean compartir en esta tarde acalorada de septiembre. A mí me gusta una historia que está contada en imágenes: el fotógrafo Luis Arnez porta una de las pancartas, en uno de los bordes ha pegado un retrato. Es una foto en blanco y negro que muestra el abrazo entre un hombre y una mujer. Se ven felices. Me acerco a leer la hoja que explica la imagen. Dice que es José Carrasco al momento de salir liberado de un campo de concentración. La que lo abraza y sonríe es su madre.

Varias pancartas quedan enterradas en la tierra bajo el bloque de muro que fue usado como paredón por el grupo de hombres que comandaba Álvaro Corbalán Castilla, esa madrugada del 8 de septiembre. Entre todas forman una animita espontánea que probablemente será desbaratada en las próximas horas. Tal vez se las lleve un cartonero; tal vez las desentierre el equipo de limpieza de la concesionaria. Tal vez un automovilista tome una al paso y la guarde en su casa. No lo sé. Yo recojo una que ha quedado izada en uno de los conos naranja y me la llevo para ponerla en algún lugar de mi escritorio, pero antes de partir a mi casa en Machalí me arrepiento y la dejo en la sala de redacción de un diario, encima de la mesa de un editor.

Un diario es un mejor lugar para no olvidar a un periodista asesinado.