La vi entrar por Avenida Italia o testimonio de una estudiante de liceo fiscal
Foto:Alumnas de Diamela Eltit, del 3ºB del ex Liceo Nº 13 de Niñas de Providencia (Carmela Carvajal de Prat). Año 1982.
De pie, de izquierda a derecha: Verónica San Juan, Alejandra Cortés, Fabiola Sanhueza. Sentadas, de izquierda a derecha: María José (no recuerdo), Lorena Edwards y Eliana Acevedo.
El martes 17 de octubre, a las tres de la tarde, me senté en una larga mesa, junto a las escritoras Lina Meruane, Andrea Jeftanovic, Carina Muguregui y el escritor Nicolás Poblete. Estábamos ahí para decir algunas cosas sobre nuestra experiencia con la escritora chilena Diamela Eltit. Claramente yo era una invitada de piedra, una infiltrada en esta larga mesa, dispuesta en el Instituto de Letras de la Universidad Católica. Estaba ahí por haber compartido con Diamela en el Liceo Nº 13 de Niñas de Providencia. Ella como profesora de castellano y yo como su alumna entre los años 1981 y 1983.
Esto escribí, esto leí en el "Coloquio Internacional de Escritores y Críticos, en homenaje a Diamela Eltit":
Acerca del nombre de esta mesa
Cuando vi impreso el título de la mesa en que nos encontramos –“Se hace arte para no morir: Diamela el trabajo de taller”- estuve por llamar a Rubí Carreño, la organizadora de este coloquio, y decirle que me estaba cayendo de la mesa. Que no cabía en la larga mesa de escritores que han pasado por el taller de Diamela Eltit. Que quedaba colgando del mantel, que mi historia era otra, una pre-historia, tal vez, situada en un espacio y en un tiempo muy distintos.
Retrasé el llamado y pensé de qué modo podía sentarme junto a Lina, Andrea, Nicolás y Carina, todos talleristas de Diamela, en distintos períodos. Intenté asimilar el trabajo de taller con el aula de clases de un liceo fiscal, donde fui alumna de Diamela, entre los años 1981 y 1983. Las diferencias, tan notorias, me volvían a botar de la mesa. Veía muchachas de jumper, calcetines de nylon azul y delantal a cuadros celestes, sentadas en pupitres con cubierta de melamina, y no me calzaba con la escena de una biblioteca, una década después, con la misma Diamela rodeada por un grupo de hombres y mujeres que, en un acto voluntario, hacían circular sus textos semana a semana, en busca de una lectura crítica de sus relatos. .
Intenté un nuevo ejercicio y pensé al revés: ¿En qué se asemeja el trabajo de taller literario a un trabajo de aula escolar, acotado por lecturas obligatorias? Con esa torsión logré, creo, aproximar el aula al taller. Vi que por esos años en las salas del Liceo Nº13, hoy Carmela Carvajal de Prat, también circulaban textos en hojas de papel roneo, salidas del precario esténcil; hojas ásperas, rugosos que traían cuentos o poemas aprobados por la Unidad Técnico Pedagógica. No eran textos escritos por nosotras, pero circulaban y estaban ahí para decirnos “Se escribe para no morir”.
“El burlador de Sevilla”, “Fuenteovejuna”, “El lazarillo de Tormes”, “La Galatea” o “Las Églogas” de Garcilaso de la Vega pasaban por nuestros manos y aprendíamos, unas más, otras menos, que las clases de castellano eran bastante más que formas o estructuras gramaticales; bastante más que la diferencia entre un soneto, un romance o versos octosílabos. Que el castellano era un Árbol plantado por María Luisa Bombal o un Olmo seco plantado por Antonio Machado.
Tal vez, sin saberlo, asistí a los primeros talleres o pre-talleres literarios de Diamela Eltit. Nunca le mostré mis textos ni mis crónicas con apuntes urbanos sobre la protesta social, pero fui conformando un lenguaje, un estilo de escritura que se complementaba con otras raíces: la raíz libre pensadora de mi abuelo Carlos Wolff Palma, y el rigor gramatical de María Graciela Quezada, mi profesora de castellano entre los años 1978 y 1980. Ni ella sabía de esos pre-apuntes periodísticos ni yo sabía que Diamela empezaba a escribir la memoria de un país quebrado.
Todas estas lecturas, desde el Rider Digest de mi abuelo coleccionista, hasta las clases de aula que he bautizado como pre-taller, me llevarían en 1984 a matricularme en la desmembrada Escuela de Castellano del ex Instituto Pedagógico y luego en el Instituto de Letras de la UC, para, finalmente, terminar en la Escuela de Periodismo de esta universidad.
No hay novelas en este proceso de aulataller, por eso he traído pequeñas historias, más que nada fragmentos afectivos, entre una profesora y una alumna de liceo fiscal.
Aquí los fragmentos:
Avenida Italia esquina Marín. El lugar de los hechos
A unas diez cuadras de la pequeña calle La Tranquera está el Liceo Nº 13 de Niñas de Providencia. Me han matriculado ahí, a pesar de que mi profesora de la Escuela Nº 41, doña Irma Urzúa, ha recomendado que es mejor que vaya a una Escuela Técnica. Que para mi futuro es mejor así. Pero a pesar de la sugerencias, ese lunes de marzo de 1978 llegaré al séptimo de enseñanza básica, en la jornada de la tarde. Voy con el entusiasmo de una niña de doce años. Aún no sé que este liceo es una especie de oficina de propaganda del pinochetismo ni que su directora, doña Inés Huerta, es una activa militante de la dictadura militar; ni que Lucy Mateluna, la profesora de educación musical, intentará adoctrinarnos con su verborrea musical No tengo cómo saber que expulsarán a mi primera profesora de castellano, María Graciela Quezada ni que en algunos años más nos vigilarán en los baños para que no pintemos leyendas contra la dictadura. En esta tarde de 1978 no puedo saber que un día de 1983 seremos acorraladas en la cancha del liceo por doña Inés Huerta y sus inspectoras, tras sumarnos a una de las protestas nacionales.
Tampoco sé que por la reja de Avenida Italia veré entrar a una mujer de pelo muy corto que vendrá de la mano de un niño de pelo cobrizo ni que esta mujer será mi profesora de castellano en tres años más. No tengo cómo saber que su nombre es Diamela ni que se desliza por las calles de Santiago dejando algunas marcas para la memoria social y visual de Chile. No sé que significa CADA ni sé qué es un video instalación.
Tantas cosas que no sé.
Televisores en el Bellas Artes
Sábado o domingo de algún mes de 1981, Museo de Bellas Artes. Tal vez he venido con mi abuelo o tal vez con Alejandra Cortés, mi amiga y compañera de banco en el 2º B del Liceo Nº13. No sé si he venido a hacer una tarea o sólo he venido a mirar alguna exposición. Mirar por mirar, sin instrucciones pedagógicas. Mi vista recae en un grupo de cuatro televisores en blanco y negro. Camino hacia ellos, ahora estoy más cerca, miro y no logro entender lo que proyectan las pantallas. Sólo veo una imagen fija de una montaña; puede ser la cordillera de Los Andes. Supongo que mi cara refleja mi desconcierto, pero aquí no hay ningún guía que me saque de esta ignorancia. Lo único que entiendo es que allí hay un nombre que reconozco. Damiela Eltit y Lotty Rosenfeld son las autoras de “Trapaso Cordillerano”, y Diamela Eltit es el nombre de mi nueva profesora de castellano. Ésa que lleva botas café, ésa que viste distinto, ésa que lleva el pelo corto y que tiene un lunar cerca de la boca. Ésa que camina en la sala entre una fila y otra de pupitres, como en una maratón. Ésa que no se parece a las otras profesoras. Ésa, que extrañamente, nos llama “Pajarito” o “Linda”.
La clase siguiente no digo, no pregunto. Tal vez exista otra Diamela Eltit y, ésta, la de las caminatas dentro del aula, nada tenga que ver con la de los televisores. O tal vez sea una en dos.
Es tan poco lo que sé.
El amigo de Diamela
Estamos en el comedor de Lorena Edwards, una alumna del 3º B y una de las tantas muchachas que, junto a Alejandra Cortés y Amparo Gutiérrez, hemos invitado a participar en la Comunidad Cristiana de Estudiantes Fiscales, COCEF, un pequeño grupo de raíz católica creado por el Cardenal Raúl Silva Henríquez el 6 de junio de 1982. La casa de Lorena está ubicada en la Población Chile, en el paradero 3 de Avenida Vicuña Mackenna. Esta tarde nos acompaña un estudiante del Seminario Pontificio Mayor. El Chico Bustamante está a punto de revelarnos algo que nos va sorprender. Ya no será lo mismo cuando volvamos al Liceo y Diamela abra el libro de asistencia. El Chico Bustamante está a punto de decirnos que es amigo de Diamela, que Diamela es escritora, que acaba de terminar un libro y que el libro se llama “Por la patria”. El seminarista lo está terminando de decir y nosotras estamos boquiabiertas.
Y nosotros con ella y sin saber. Sin saber que la inquieta caminante ha escrito un libro. Y no sólo un libro, sino que ha estado protagonizando la historia de la resistencia cultural desde fines de la década del 70.
Y nosotras sin saber.
De vuelta a clases no decimos nada no preguntamos nada.
Ya habrá un día, un momento, un lugar.
El tocadiscos de mi padre
Cuarto año D, 1983. He sido expulsada de mi curso de origen. Dicen que Inés Huerta, la directora, ha dicho que soy una “líder negativa”. No tengo certeza de lo que dicen que dijo, pero he ido a parar al 4º D, por la buena voluntad de Lucy Silva, mi joven profesora de matemáticas.
Se me revuelve la vida, no conozco a nadie, no quiero estar aquí. Diamela sí está aquí con su caminata entre pupitres. ¿Por qué caminará tanto Diamela dentro de la sala de clases? A veces pienso que se siente tan enjaulada como nosotras y que ella también es un Pajarito. Otras veces creo que va tramando algo entre un paso y otro de sus botas, no sé qué, pero la veo como si estuviera aquí y allá. Más que nada allá.
Me siento en la primera fila de esta sala junto a la alumna Doris Kern; a mis espaldas se sienta mi nueva amiga MyriamVásquez. Myriam ya sabe que cuando egresemos en pocos meses más, deberá partir a Inglaterra, en este nuevo grupo de exiliados silenciosos.
Diamela nos ha propuesto disertar sobre los poetas de la Generación del 98, yo elijo a Antonio Machado.
Esta mañana tomo dos objetos queridos para complementar mi exposición: el tocadiscos portátil Phillips que me dejó mi padre antes de partir a Nueva York, en 1977, y el elepé que dejó Ximena, mi tía, antes de partir al exilio en 1974, en ese vuelo Air France. El disco es de Joan Manuel Serrat y lleva por nombre “Dedicado a Antonio Machado Poeta”. Pongo la aguja y salta el primer poema-canción. Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar. Digo algunas palabras. Pongo la aguja nuevamente y salta el segundo poema. Vosotras las familiares inevitables golosas/ vosotras moscas vulgares, me evocáis todas las cosas. Y la sala del 4º D se va llenado de una música que aquí no se puede oír porque las clases de música las comanda Lucy Mateluna, una exhibicionista defensora de la dictadura de Pinochet. Una mujer que nos atemoriza con sus himnos.
Diamela, esta vez sentada, escucha la música que aquí no se puede oír.
pero la vida, el tiempo
2 de noviembre de 1983. Guardo dentro de mi morral un cuaderno de tapas duras, de color rojinegro y de orlas doradas que lleva inscrita, con trazos góticos, la adolescente inscripción “Diario de mi vida”. Mis 17 años me absuelven (creo) de este desliz. Hasta ahora no hay nada de mi vida ahí. O sí, sólo que no hay historias de romances adolescentes, sino que letras de canciones que he venido escuchando desde hace algunos años. Un texto de la activista norteamericana Joan Báez cubre la primera hoja.
Pero ahora quiero usar el cuaderno para otro fin, quiero llevarme algo de este liceo además de mi militarizada y limitada educación. El cuaderno va pasando de mano en mano durante las dos primeras semanas de noviembre hasta que el 17 de ese mismo mes llega a la mesa de Diamela.
Diamela escribe:
“Querida Verónica
Después de tres años de crecimiento y más allá de cualquier separación, sé que vas a tener una buena vida, a veces intuyo eso con las personas y esto pasa en tu caso.
Hay mucho más de lo que habría debido hablarles en estos tres años
/ pero la vida/
el tiempo/
te quiere/ Diamela”
Pero la vida, el tiempo.
Diamela sabe por qué ha escrito esto, yo también. Aquí está la respuesta a las preguntas que no hicimos y a las pocas que nos atrevimos a hacer con Alejandra Cortés y Amparo Gutiérrez. Pero la vida, el tiempo responde el enigma de los televisores en blanco y negro del Bellas Artes; a la escritura silenciosa de “Por la patria”; a las páginas jamás comentadas de la revista Hoy que hablaban sobre la distribución de leche en La Granja.
Pero la vida, el tiempo es la respuesta de una artista contemporánea que ha debido desplazarse en un liceo fiscal que en estos días es la representación del espacio público intervenido. Un espacio que ha limitado la expresión de cientos de muchachas y de decenas de profesores y profesoras.
Pero la vida, el tiempo nos volverán a encontrar.
Un taxi en la Avenida Portugal
¿Qué año es éste? Debe ser un año de la segunda mitad de los ‘80. Debo estar en la Universidad Católica, en el Instituto de Letras, estudiando castellano. Debo venir de alguna oficina de la Casa Central de la UC. Así lo creo porque estoy cruzando la Avenida Portugal esquina de la calle Lira. O también puede ser algún año de los primeros de la década del 90, en la Escuela de Periodismo de la UC. Hay algo nublado en esta escena que me hace confundir los años. Debe ser la circunstancia en que se produce el encuentro, o los segundos que dura el cruce de palabras. Ocurre así: alguien grita mi nombre desde la ventana de un taxi, volteo la cabeza, es Diamela Eltit. Hace años que no nos vemos, no sé cuántos Qué estás haciendo? Qué bueno, Cuídate mucho, Linda y el taxi se va y Diamela desaparece hasta no sé cuando. Yo sigo caminado por Avenida Portugal con ese vocativo escolar en la cabeza. Con toda mi cabeza volcada en ese portón de la Avenida Italia y la mujer de pelo corto que nuevamente se acaba de ir.
pero la vida el tiempo, otra vez
Nos volvemos a ver con cierta regularidad, cada dos o tres años, pero tenemos pocas oportunidades para conversar. Por eso una mañana de noviembre de 2003, decido escribirle para exhumar algunos recuerdos. Estos son algunos párrafos de aquella carta escrita como crónica mientras se realizaba un Homenaje a Diamela en La Habana:
“...Mientras se pasea agitadamente entre la escenografía de la sala, pide respuestas. No acepta los “no sé”. En realidad, no tolera los “no sé”. Cuando camina, mira hacia abajo, mira sus pasos y apremia con las respuestas. Lo suyo es gimnasia escolar y literaria. Exige identificar metáforas, hipérboles y todas las figuras literarias que nos ha venido enseñando. Yo siempre estoy preparada. Yo siempre quiero responder...”
“Un año, otro año .. Diamela sigue ahí y es una presencia militar la que nos dejará desnudas por primera vez. A ella le han encomendado una misión y me ha convocado a mí para ejecutarla. Es como si nos hubieran puesto una metralleta encima... Diamela y yo estamos en una pequeña sala del primer piso del liceo, una especie de camarín donde nos alistamos para la representación. Yo estoy aterrada, avergonzada y se lo digo. No quiero leer para la esposa de uno de los cuatro de la Junta Militar. Ella no es él, pero lo representa y afuera hay una tropa de fieles que la espera para las reverencias. Estoy paralizada, pero hay una solo gesto que logra movilizarme. Diamela está igualmente perturbada y me pide –en realidad me exige- que avancemos hacia la representación. La misión es ingenua. Debo leer las cartas que Carmela Carvajal de Prat le escribió en otro siglo a su marido, el marino... Leo como una muñeca a cuerda, no recuerdo ni una sola frase de esas –probablemente- relamidas cartas. Leo, leo y leo hasta terminar, hasta escuchar los aplausos, hasta mirar los aplausos de Margarita Riofrío de Merino, la pequeña mujer de la que sólo recuerdo las perlas que cuelgan de su cuello. Afuera un viejo reportero de la Radio Nacional me asalta y me interroga sobre mi pequeño acto escolar. Otra vez hablo como una muñeca a cuerda. Me pregunta mi nombre, se lo digo y espero que a esa hora de la mañana todas las radios de Chile estén apagadas”.
Hasta aquí estos fragmentos de una estudiante de liceo fiscal de los primeros años 80, pero antes tomo las palabras de Diamela escritas el 17 de noviembre de 1983 y las respondo este martes 17 de octubre de 2006:
No falló tu intuición. He tenido una buena vida, he conocido buenas personas.
...pero la vida
el tiempo
te quiere
Verónica
Verónica San Juan/Machalí 16 de octubre de 2006
12 Comments:
Vero
Estaba pensando en escribirte par preguntar como había resultado lo de tu profesora-escritora y me encontré con tu mail, donde nos cuentas que tus escritos, tus palabras estan en tu blog...
es un relato verdaderamente hermoso, siempre fuiste parte de la mesa... la profesora-escritora, debiera estar feliz que personas como tu le den espacio en sus recuerdos y de seguro ella está orgullosa de su historia en el liceo CCP
un fuerte abrazo
Gabriel
PD: por favor sigue escribiendo, no detengas...
Palabras como montañas, con alturas, recovecos y sinuosidades: un placer leer tus líneas.
*
Aún no termino mi tesis, estoy en proceso de escritura y ya se acabó la beca (glup!). ¿Mi gran conclusión respecto al periodismo de los setenta? Que no hay nada más corrosivo que el miedo... es mil veces más efectivo que una metralleta.
*
¿Cómo va la escritura de teatro y campos de concentración?
*
Nunca te olvido
*
Cariños, Pepa
Gabriel
Hay algo tuyo en esta historia también. Claro, no estudiaste en el Liceo de Niñas, pero si estabas en esa comunidad de estudiantes fiscales, y fuiste testigo en esos primeros años de los 80 de la presencia de las muchachas del Carmela Carvajal de Prat en la veja casona de Lord Cochranne. ¿Recuerdas?
Querida Pepa
Gracias por compartir tus dramáticas conclusiones sobre el papel que tuvo El Mercurio durante la dictadura.
Escritura del teatro en los campos de concentracion marcha lenta, pero marcha. El trslado a Machalí y otrs razones explican la demora.
Un abrazo y mis agradecimientos por haber compartido esas tardes calurosas de "descaseteo"
Verónica
Oye Vero
Como olvidar aquellos días, además todos éramos tan jóvenes y bellos, obviamente tú y tus amigas comandaban el grupo de mujeres guapas... en fin un piropo...
Nunca olvidaré el primer día que entré en la vieja casa... me encontré con una casa grande, llena de jóvenes risueños, sabes fue uno de los momentos mas felices de mi vida, estaba asustado, yo un pueblerino perdido en este mar de jóvenes desconocidos... todos impetuosos con ganas de ganarle a la vida de ganarle a la cruel dictadura, la iglesia nos daba un espacio y por suerte en ese tiempo los curas no pedían nada a cambio... (Creo???)
Vero son tantos los recuerdos, son tantas la experiencias, que podría latear horas, esos recuerdos los atesoraré por siempre… hay días (tal vez muy a lo lejos) saco de un baúl algunas fotos… es una pequeña terapia que me permite volver a ser feliz… vuelvo a sentirme candido, es un rato, casi un instante.
De verdad para mi fue un tiempo y un lugar maravilloso, donde conocí gente extraordinaria... y sin ir mas lejos te conocí a ti, a la sombra de esa casa se comenzó a tejer nuestra amistad, una de las mas profundas y bellas que he tenido y que por suerte aún tengo.
Un fuerte abrazo
Gabriel
Pd: En este lugar también nació una historia que duró 20 años, pero esa es una larga historia, potente y telúrica… esta historia tiene en el libro de mi vida varios capítulos…
Querido Gabriel
En realidad me cuesta nombrarte Gabriel. Así que Nano, te digo.
Yo recuerdo cuando llegaron los de Peñaflor a la casona. Tú y Rigo y una muchacha de la que no recuerdo el nombre. Ni me di cuenta que te sentiste intimidado por nosotros, los capitalinos.
Recuerdo tu risa estruendos que no se ha apagado. Tu pelo negro-negro ahora encanecido.
Recuerdo nuestro primer grupo del estudiantes del que nos hicimos responsables. Tú como "asesor" yo como "animadora". Qué raro escribir esos nombres ahora.
Recuerdo las caras de esos niños, eran los más chicos, estaban en octavo básico, Valeria Herrera entre ellos.
Tantas historias en la casona de Lord Cochranne. La tuya, la mía, la de tantos que pasamos por ahí desde ese sábado 6 de junio de 1982.
Mi abrazo
Vero
Querida Verónica:
He leído la ponencia con un velo acuoso que atravesaba el tiempo. Me cabe dar fe de la rigurosidad de tus palabras, atenuadas por el paso del tiempo. ¡Cuántas historias que se tejían en forma análoga a la oficial impuesta a la fuerza de las armas, en las conciencias, sin embargo, no en lo valórico trascendental! Aún queda otra tarea, ya lo conversábamos antes, señalar quién era y qué hizo, funcional al momento, la designada a perpetuidad en el CCP. Entiendo un poco más las acciones paralelas de quienes allí formábamos. Comprendo a la Diamela como una ¿víctima más del sistema? Esa antigua casona de Avenida Italia 930 (esquina Marín) que albergó en sus primeros días a las inquietas niñas del Liceo 13 de Niñas, adivinaría lo que habría de presenciar años más tarde? Sólo quedaban de aquella estructura, como mudos testigos del tiempo, las estatuas de las cuatro estaciones ¿las recuerdas?. Un abrazo emocionado Chely.
Querida Chely y querida profesora de esos años.
Esta semana ha estado recargada de emociones.
El texto que acabas de leer ha permitido encontrarme de otro modo con algunas personas queridas. Con Amparo Gutiérrez, mi querida amiga y compañera de esos años. Con Jorge Navea, estudiante del Instituto Nacional (hoy profesor de castellano en la Alianza Francesa) y otro querido amigo de ese grupo de estudiantes fiscales que nos reuníamos en una casona céntrica. Con Gina Valenzuela responsable de mi ingreso a esa comunidad de estudiantes deseosos, apasionados, inquietos, luminosos. Con mi amigo Nano Mendoza, otro apasionado.
Y Con Diamela, por supuesto, en la plenitud del recuerdo.
Y en este momento contigo y las estatuas verdes de las cuatro estaciones. Acabo de traer mi álbum de fotografías de esos años. Y ahi está la foto.
Aparecemos Eliana Acevedo, Fabiola Sanhueza, Alejandra Cortés, Lorena Edwards, María José (no recuerdo su apellido) y yo, cerca de dos de esas estatuas que mencionas.
Es 1982 y parecemos felices. ¿En qué estaremos pensando?
Pondré la foto en el texto. Gracias por traérmela a la memoria.
Hoy leí una entrevista a la directora del Liceo de Niñas Nº13 hoy Carmela Carvajal de Prat.
Qué impresionante que doña Inés Huerta siga en ese cargo.
La nota empieza diciendo que está ahí desde 1975. 31 años en el cargo. Qué interesante. ¿Cómo se hace? No lo sé. La entrevistaban a propósito de la dirigente María Jesús Sanhueza, líder del movimiento estudiantl de Mayo del 2006.
La mujer decía que Jesùs no ha sido expulsada, sino que no cumple "con los requisitos de asistencia mínimos". Y pensé que el tiempo se había congelado. Que la historia se repetía. Recordé del modo en que nos trataba en esos años. Cuando nos persiguió en su auto porque estábamos acompañados de nuestros amigos cerca de la Aveniad Italia. Nó sólo teníamos que simular nuestras ideas, sino que nuestra naturaleza.
Y recordé su modo vigilante desde un segundo piso d elos antiguos pabellones, la panoramica perfecta para detectar si cantábamos la canción nacional.
Chely, mi abrazo emocionado también
Verónica
Querida Verónica:
Ojalá pusieras la foto que guardas o en su defecto me la podrías enviar. En algún lugar guardo también una fotografía en que aparezco, con uniforme de colegio, cerca de una de las estatuas mencionadas. El fondo es la vieja casona de Avenida Italia 930.
Leí el artículo en el diario. Es falso que saliese a buscar alumnas, el Colegio (Liceo Nº13 de Niñas ya tenía un sólido prestigio antes de que ella fue nombrada como directora.
Verónica ya es tiempo de relatar parte de la historia ocurrida: recuerda que este es el colegio donde empezó la crítica a la ENU del Gobierno Popular de Salvador Allende. La directora que resistió estoicamente las embestidas fue la Maestra de Castellano Mirta Castillo.
El año 1973 el Colegio fue tomado y las clases se realizaban en el hoy Colegio Arturo Alessandri P. (a pasos de tu casa se escribió la historia de un heroico gobierno que soñamos un día).
Este fue el detonante para que se iniciaran las protestas estudiantiles contra la propuesta de una educación centrada en el individuo, dejando atrás la impuesta por las clases dominantes durante largos años.
Verónica: te cabe la misión de escribir sobre tan siniestro personaje que ahora toma su presa de turno: la dirigente estudiantil de Mayo del 2006 María Jesús Sanhueza.
Quizás ha llegado el momento de develar este secreto tan bien guardado por todas quienes sufrimos sus zarpazos.
Sólo quienes recuerdan su pasado puedan caminar firmes, esto incluye denunciar las injusticias y atropellos que conocemos y sufrimos de aquella que no menciono para no otorgarle una inmerecida fama.
Saludos a tu amigo profesor en la Alianza Francesa (Jorge Navea), también allí intenté modificar añejas metodologías del castellano, con modesto éxito, sí con una salud física deteriorada.
Un abrazo
Chely.
Querida Chely
Cómo me voy enterando de cosas a través de este reencuentro: no puedo recordar que en el Liceo Nº 13 de Niñas surgió la crítica al proyecto de la ENU; no puedo recordarlo porque no estaba enterada.
No sabía de Mirta Castillo ni de su estoica defensa. ¿Vive aún?
Ni tampoco que hubo un paro. Sí recuerdo el Liceo A.A.Palma. Está en Bustamente, al llegar a Santa Isabel. Santa Isabel era la calle donde mi hermana y yo pasábamos a comprar el pan, después de regresar de la Escuela Nº 41.
Creo, como tú dices, que vendria siendo la hora de decir lo que nos pasó. Entre varias voces sería tan bueno bueno decirlo.
Intentaré dejar otras fotos de esos años. Y uno que otro papel que tengo guardado.
Mi abrazo nuevamente.
Verónica
Entretenido ver tu blog y tú foto con la Ale, de pinguinas. Leo parte de la historia oscura de este país y la un poco menos oscura del Chile de hoy. Me alegra saber que aún sigues luchando por lograr un país más transparente. Un abrazo.
vero,recien te vi el sabado pasado en el estreno de El Capote, y te vi ahi sentada, tranquila, con esa sonrisa que siempre me regalas, y yo siempre apurado con mil cosas.
Ahora, salto de del Cuasimodo a esta escritura y me emociana, me emociona volver a esos dias de furia vital, de sentirnos todos fuertemente , soterradamente ,unidos por la esperanza de un mundo mejor.
Me emociana verlas en la foto, me emociana, verte transitar por por ese Liceo, y confirmar que todos fuimos heroes.
Un Beso
Jorge Moreno
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