Sunday, April 22, 2007

Cuasimodo en Machalí


Doña Elba Droguett, Ricardo Espinoza Droguett y don Carlos Espinoza, en la calle Javiera Carrera de la Población Salvador Allende



Camilo Lucero Bravo en la Población Salvador Allende


Saliendo del callejón Miraflores



Un descanso en Irarrázabal esquina Miranda



Altar en la calle Miranda


El cura párroco ha dado la comunión en esta casa de calle Miranda




Altar en la calle San Juan



Altar en la calle San Juan, casi al frente de Pisagua



El cuasimodista más pequeño montando a su yegua "Sacrificio"



En La Higuera esperan que el cura párroco termine de dar la comunión en el callejón Los Guindos


FOTOS: VERÓNICA SAN JUAN






Domingo de guirnaldas


Las Higueras con el callejón Los Guindos




Son las 8.20 de la mañana del domingo 15 de abril. Escucho voces en la calle Tarapacá, son mis vecinos que están colgando guirnaldas en el frontis de su casa. Apuro la salida, a las 8.30 los cuasimodistas de Machalí se reunirán en la parroquia San Juan Bautista para revivir la tradición: hoy es el domingo siguiente a la Pascua de Resurrección y los ancianos y los enfermos recibirán la comunión.

Camino por Tarapacá, cruzo el potrero para acortar camino, sigo por Miranda y veo nuevas cintas de papel en el pórtico de una casa. Es una mañana cálida y solitaria. En las afueras del templo hablo con la señora María González, presidenta de los cuasimodistas machalinos, le explico que no tengo caballo ni bicicleta, pero que quiero ir tras ellos. La señora María está muy ocupada con los detalles de la procesión, pero no olvida mi encargo y me ubica en la parte trasera de una camioneta.

El coche donde irá el cura párroco Manuel Lizana y los tres monaguillos también está adornado con guirnaldas de papel. A pesar de que es un carruaje negro, hoy se ve luminoso. Los jinetes esperan a un costado de la iglesia, algunos caballos llevan pompones de lana amarilla en sus cabezas, a otros los han acicalado con pompones rojos y naranjas, unos cuantos visten mantos blancos tejidos a crochet y dos de ellos cubren sus perfiles con un tejido tricolor.

Parte la peregrinación y saludo a mis compañeros de viaje: don Camilo Lucero Bravo, venerable cuasimodista de Rancagua, y su amigo Nibaldo Agurto Pérez. Es primera vez que Nibaldo asiste a este rito y va contento, tan contento como un niño asombrado. Enfilamos por Irarrázabal-Sector Piscina, llegamos hasta La Higuera y nos detenemos en el callejón Los Guindos. Una pequeña caravana de trece ciclistas va apegada a nosotros, entre ellos viaja Magdalena y sus dos hermanos. Unos kilómetros más allá, Magdalena se cansará de pedalear, subirá su bicicleta a la camioneta y escuchará los chistes de Camilo y Nibaldo.

En varias casas han preparado altares con imágenes de la Virgen María o de Jesucristo, hay flores y velas que se apagan con la brisa y hay palmas que adornan algunos árboles y las rejas de los antejardines. En la calle Pisagua se suman más cuasimodistas, ya son 35 jinetes (Nibaldo me ha ayudado a contar), el más pequeño tiene seis años, va acompañado de su abuelo y de su padre, y monta a Sacrificio, una hermosa yegua de 18 años.

En San Juan, entre Pisagua y Miraflores, veo más altares en las veredas y, tal como Nibaldo, me asombro de la devoción que presencio esta mañana. Retrocedemos hacia Irarrázabal, tomamos Tarapacá, mi calle, diviso a la señora María, dueña de Inquietud (perro pequeño pero bravo), a su padre, el octogenario don Camilo, y a mi madre, doña Juanita. Más allá saludo a mi vecina que todos los fines de semana madruga para preparar empanadas y venderlas a sus vecinos. Ella comercia para pagar la pensión, los libros y los pasajes de sus dos hijas que este año se han marchado a estudiar medicina. Más tarde vendré por mis empanadas.

Doblamos por Miraflores, entramos al callejón del mismo nombre, seguimos hacia la población Salvador Allende y nos detenemos en la calle Javiera Carrera, en la casa de mi amigo Ricardo Espinoza. A esta altura ya sé que Nibaldo trabaja como temporero de la fruta, que tiene horario nocturno y que anoche una gran amiga le ha regalado un colchón y un cubrecama.

En la casa de Ricardo fotografío a la abuelita Bertina, a la señora Elba Droguett y a don Carlos Espinoza, uno de los fundadores de la población Salvador Allende. Me despido de la familia, pero los cuasimodistas ya no están. Qué rápido pasaron, ha dicho una de las fieles que se quedó esperando el trote de los jinetes. Qué rápido se fueron, pienso, mientras me doy cuenta de que ya no podré seguirlos. Lo intento, camino por Recreo, pero sólo escucho la voz que sale por el altoparlante y alcanzo a ver a los últimos jinetes que doblan por el camino que lleva a la Curva de la Muerte. No me gusta ese nombre, pero en Machalí todos la llaman así.

Mi mochila ha quedado en la camioneta y no tengo dinero para regresar a mi casa.

Le pido al chofer de un colectivo que me lleve hasta Tarapacá, le cuento mi historia y él me cuenta la suya: “Eso no es nada, antes salíamos como cien jinetes y recorríamos todo Machalí. Terminábamos como a las dos de la tarde”. El ex cuasimodista me deja en mi casa, le pago 800 pesos (la tarifa dominical a domicilio) y regreso a la parroquia San Juan Bautista.

Pasa una media hora antes de que vuelva a ver a Camilo y a Nibaldo, mis compañeros de ruta. “Estábamos preocupados”, me dice Nibaldo con mi mochila en la mano. Comemos empanadas (la mía me la regala Esteban, un vecino de la calle Irarrázabal), hojeamos el diario, anoto el correo electrónico de Camilo, apunto la dirección de Nibaldo y prometemos vernos en una casa u otra.

La misa de los cuasimodistas ha comenzado, me siento junto a Camilo y espero que llegue su turno. Ha sido elegido para leer la segunda lectura de la Biblia y me ha pedido que le haga unos retratos. Qué voz que tiene este hombre. Hago los retratos, me marcho y pienso que tal vez el próximo año deba subirme a una bicicleta para pedalear en nombre de la tradición.