Domingo de guirnaldas
Camino por Tarapacá, cruzo el potrero para acortar camino, sigo por Miranda y veo nuevas cintas de papel en el pórtico de una casa. Es una mañana cálida y solitaria. En las afueras del templo hablo con la señora María González, presidenta de los cuasimodistas machalinos, le explico que no tengo caballo ni bicicleta, pero que quiero ir tras ellos. La señora María está muy ocupada con los detalles de la procesión, pero no olvida mi encargo y me ubica en la parte trasera de una camioneta.
El coche donde irá el cura párroco Manuel Lizana y los tres monaguillos también está adornado con guirnaldas de papel. A pesar de que es un carruaje negro, hoy se ve luminoso. Los jinetes esperan a un costado de la iglesia, algunos caballos llevan pompones de lana amarilla en sus cabezas, a otros los han acicalado con pompones rojos y naranjas, unos cuantos visten mantos blancos tejidos a crochet y dos de ellos cubren sus perfiles con un tejido tricolor.
Parte la peregrinación y saludo a mis compañeros de viaje: don Camilo Lucero Bravo, venerable cuasimodista de Rancagua, y su amigo Nibaldo Agurto Pérez. Es primera vez que Nibaldo asiste a este rito y va contento, tan contento como un niño asombrado. Enfilamos por Irarrázabal-Sector Piscina, llegamos hasta La Higuera y nos detenemos en el callejón Los Guindos. Una pequeña caravana de trece ciclistas va apegada a nosotros, entre ellos viaja Magdalena y sus dos hermanos. Unos kilómetros más allá, Magdalena se cansará de pedalear, subirá su bicicleta a la camioneta y escuchará los chistes de Camilo y Nibaldo.
En varias casas han preparado altares con imágenes de la Virgen María o de Jesucristo, hay flores y velas que se apagan con la brisa y hay palmas que adornan algunos árboles y las rejas de los antejardines. En la calle Pisagua se suman más cuasimodistas, ya son 35 jinetes (Nibaldo me ha ayudado a contar), el más pequeño tiene seis años, va acompañado de su abuelo y de su padre, y monta a Sacrificio, una hermosa yegua de 18 años.
En San Juan, entre Pisagua y Miraflores, veo más altares en las veredas y, tal como Nibaldo, me asombro de la devoción que presencio esta mañana. Retrocedemos hacia Irarrázabal, tomamos Tarapacá, mi calle, diviso a la señora María, dueña de Inquietud (perro pequeño pero bravo), a su padre, el octogenario don Camilo, y a mi madre, doña Juanita. Más allá saludo a mi vecina que todos los fines de semana madruga para preparar empanadas y venderlas a sus vecinos. Ella comercia para pagar la pensión, los libros y los pasajes de sus dos hijas que este año se han marchado a estudiar medicina. Más tarde vendré por mis empanadas.
Doblamos por Miraflores, entramos al callejón del mismo nombre, seguimos hacia la población Salvador Allende y nos detenemos en la calle Javiera Carrera, en la casa de mi amigo Ricardo Espinoza. A esta altura ya sé que Nibaldo trabaja como temporero de la fruta, que tiene horario nocturno y que anoche una gran amiga le ha regalado un colchón y un cubrecama.
En la casa de Ricardo fotografío a la abuelita Bertina, a la señora Elba Droguett y a don Carlos Espinoza, uno de los fundadores de la población Salvador Allende. Me despido de la familia, pero los cuasimodistas ya no están. Qué rápido pasaron, ha dicho una de las fieles que se quedó esperando el trote de los jinetes. Qué rápido se fueron, pienso, mientras me doy cuenta de que ya no podré seguirlos. Lo intento, camino por Recreo, pero sólo escucho la voz que sale por el altoparlante y alcanzo a ver a los últimos jinetes que doblan por el camino que lleva a la Curva de la Muerte. No me gusta ese nombre, pero en Machalí todos la llaman así.
Mi mochila ha quedado en la camioneta y no tengo dinero para regresar a mi casa.
Le pido al chofer de un colectivo que me lleve hasta Tarapacá, le cuento mi historia y él me cuenta la suya: “Eso no es nada, antes salíamos como cien jinetes y recorríamos todo Machalí. Terminábamos como a las dos de la tarde”. El ex cuasimodista me deja en mi casa, le pago 800 pesos (la tarifa dominical a domicilio) y regreso a la parroquia San Juan Bautista.
Pasa una media hora antes de que vuelva a ver a Camilo y a Nibaldo, mis compañeros de ruta. “Estábamos preocupados”, me dice Nibaldo con mi mochila en la mano. Comemos empanadas (la mía me la regala Esteban, un vecino de la calle Irarrázabal), hojeamos el diario, anoto el correo electrónico de Camilo, apunto la dirección de Nibaldo y prometemos vernos en una casa u otra.
La misa de los cuasimodistas ha comenzado, me siento junto a Camilo y espero que llegue su turno. Ha sido elegido para leer la segunda lectura de la Biblia y me ha pedido que le haga unos retratos. Qué voz que tiene este hombre. Hago los retratos, me marcho y pienso que tal vez el próximo año deba subirme a una bicicleta para pedalear en nombre de la tradición.
3 Comments:
Verita, o Mirilla, o Verónica,
yo soy un poco lerdo en este asunto de descubrir cómo se manejan
los mecanismos para utilizar los secretos de una computadora. Lo más probable es que ahora tampoco consiga mi objetivo y no sea capaz de hacerle llegar un poco de mis emociones cuando leo lo que usted escribe.
Acabo de leer, perdón está mal dicho. Creo que tendría que decir que acabo de estar en Machalí, en esas fiestas religiosas de la que usted nos relata algunos pomenores. Y para ser más verdadero, tendría que confesarle que usted me ha llevado a respirar otra vez ese aire Machaliniano, del que ya no tenía memoria. No le estoy mintiendo, es cierto, es la pura verdad, si le aseguro que en esta mañana de primavera radiante del miércoles 25 de Abril, cuando abrí la ventana de mi dormitorio para que entrara aire fresco acompañado por este sol magnífico, se me coló también el ruido de los cuasimodistas de Machalí, mezclado a su voz de eterna y encantadora preguntona, amigándose de los vecinos, llenando todos sus sentidos para traspasarnos luego a nosotros, los que seguramente no tendremos oportunidad de vivir jamás una fiesta de cuasimodo en nuestro país, todo eso que nos falta aquí afuera, pero ya no tanto porque usted se ha dado a la tarea de enviárnoslo.
Gracias, Verita, por seguir "acariciándonos el alma".
Saludos de mi parte a todos los machalinianos,
César, desde Viena.
Pero mire con quien me hayo aquí.
Querido Cesar, qué sorpresa y ninguna torpeza. Ve que supo hacerlo y aquí están sus palabras, nuevamente, con la tibieza de una mañana de Viena.
Me alegra saber que ha podido pasear conmigo por Machalí, recorrer las calles San Juan, Pisagua, pasar por mi casa en Tarapacá, seguir por Miraflores, y quedar varado conmigo en la Población Salvador Allende, que se llama así desde antes del golpe. Los vecinos le pusieron ese nombre en agradecimiento al Presidente Allende por otorgarle los títulos de dominio. Por 17 años o más se llamó Poblacion 11 de Septiembre, y despues recupero su nombre. Aún hay gente que la llama "La 11". Cuando un chofer de colectivo me dice si voy a "La 11", le corrigo: No, a la Salvador Allende. Casi todos mis amigos machalinos viven ahi.
En fin. recibirá un nuevo pasaje Viena - Machalí.
Mi abrazo machaliniano o machalino
Vero
Glup, César, acabo de cometer un vergonzoso error de ortografía. Y va a quedar como testimonio de mi ligereza. Por eso odio los verbos haber y hallar. Porque me marean.
Pero como sé que usted es un liberal del idioma, me perdonará.
Mi abrazo
Vero
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