Wednesday, June 28, 2006

TRES MILLONES DE COBARDES

UNO
La televisión ha quedado encendida después de ver las noticias de la mañana. La tengo como música de fondo mientras ordeno papeles y muevo libros de un estante a otro. Es música de fondo desafinada: tres conductores y un periodista del programa “Gente como tú” de Chilevisión han conformado un tribunal público y a esta hora están enjuiciando a un hombre por la muerte de su padre. El padre ha muerto devorado por una veintena de perros. El hijo intenta relatar su tragedia dentro de la tragedia mayor. Que está cesante, que tiene depresión. Que tantas cosas. Pero la pauta del programa indica que ya es tiempo de cambiar de tema. Y es ahí donde la música de fondo empieza a oírse más desafinada.

Es ahí cuando abandono el orden de mis papeles y escucho y miro el segundo tribunal público de esta mañana. Están presentando el caso de una mujer que ha intentado suicidarse once veces. Ese es el titular escrito en la pantalla por el generador de caracteres, voceado y remarcado como la portada de un diario: On-ce-ve-ces.

La mujer está acompañada de una periodista que ha hecho el enlace con el estudio y por una doctora. Comienza el acoso a la mujer con depresión endógena y trastorno de la personalidad, según el diagnóstico médico: que por qué lo ha hecho, que cómo lo ha hecho (a qué métodos ha recurrido), hasta que llega la nota más desafinada interpretada por el conductor de apellido Caprile:

Yo creo que tú has sido cobarde, le dice a la mujer.

Y lo repite.

La palabra cobarde queda retumbando en mi cabeza. ¿Qué habrá sentido esa mujer? ¿Se habrá preguntado qué hago aquí; para qué me invitaron? No sé si se hace estas preguntas pero sí veo que van a comerciales y el asunto queda ahí.

Ahí y sólo ahí.


DOS
Busco el sitio web de Chilevisión y envío al instante un correo de reclamo destinado al programa “Gente como tú”. Nadie responde.

Llamo a la oficina de relaciones públicas del canal y envío un correo, con un segundo reclamo. Hasta la una de la tarde nadie responde.

Sigo pensando en la mujer enferma que ha sido tratada de cobarde y en el 24 por ciento de chilenos que sufre distintos grados de depresión. La cifra también me retumba en la cabeza: más de tres millones de chilenos *.

Llamo nuevamente al canal y pido hablar con el editor responsable del programa. Me explican que el programa es realizado por una productora que hace otros programas para Chilevisión.

Supero la etapa del telefonista agresivo que me informa que no me puede dar ni el nombre ni el teléfono del editor porque no me conoce. Me identifico. Soy Verónica San Juan, digo, pero para él no soy nadie. Nadie, entre el universo de modelos, futbolistas y animadores de televisión. Finalmente logro hablar con una funcionaria de la productora que me da su correo electrónico para que envíe mi reclamo.

Comento con un periodista de un diario lo que he visto por la mañana en la televisión. Lo comento del mismo modo que comento asuntos de la vida pública con mis amigos periodistas. Este es un asunto de la vida pública. .

TRES
Por la tarde recibo un escueto correo de la productora. Necesitan mi teléfono.

A las cinco de la tarde camino junto a mi madre por la Plaza de Armas de Machali, el pueblo donde vivo. He venido a dejar las fotografías que tomé de los estudiantes del Liceo de Machalí, en sus trece días de toma. Pero no alcanzo a entrar al almacén Italia que es atendido por uno de los dirigentes estudiantiles. El editor del programa “Gente como tú” está llamando.

Asume que hubo un error de parte del conductor de apellido Caprile, dice estar de acuerdo conmigo, pero también desea que yo asuma que los programas en vivo son así. Yo no asumo.

Intento hablar de la responsabilidad de las opiniones emitidas a través de un canal de televisión, especialmente en el caso de personas vulnerables. Parecemos estar de acuerdo, pero es sólo una apariencia. El editor está molesto porque he llamado al periodista de aquel diario. No le gusta tampoco que haya llamado a Chilevisión. No le gusta nada de lo que he hecho. Y qué me importa si no le gusta, le digo. ¿O es que tenía que pedirle permiso a alguien para ejercer mi derecho de opinión?

La conversación dura alrededor de treinta minutos.

Continúo mi caminata por la Plaza de Armas de Machalí. Camino junto a mi madre y voy a visitar a Don Nono, el señor de los helados. Reímos, nos regala un helado a cada una. Un helado de pistacho.

Mientras nos devolvemos por la Avenida San Juan recuerdo la cara de la mujer con depresión que ha sido acusada de cobarde, y me quedo pensando en los más de tres millones de “cobardes” que circulan por las calles de Chile.


* Según el estudio de la Superintendencia de Isapres publicado en mayo de 2005.

Sunday, June 25, 2006

Avenida Situación

Un afiche pegado en un exhibidor de la estación del metro Universidad de Santiago anuncia una colecta para el 20 de junio. Reparo en que la colecta ha sido ayer y que el dinero recaudado –según lo anuncia el póster- será para personas en situación de calle.

Pienso en algún extranjero que toma el tren en esta misma estación, luego de bajarse de un bus interprovincial que lo ha traído a Santiago desde San Pedro de Atacama o desde Puerto Montt. Pienso en un belga o en un canadiense; en un italiano o en un noruego. Los imagino hojeando sus diccionarios de modismos americanos o su manual de nociones básicas de castellano. Es probable que el modismo “personas en situación de calle” no aparezca entre las cientos de voces locales de sus libros para el viajero. Si el afiche tuviera escrita la palabra “indigente” o “mendigo”, el italiano y el canadiense (el belga y el francés también) podrían entender que el dinero de la colecta será para chilenos pobres que viven y duermen en la calle.

Apunto los datos de la colecta, el nombre de la corporación benefactora, su sitio web y su teléfono. No los apunto para afiliarme a la corporación. No creo en la beneficencia. Sólo quiero sumar datos; quiero saber quiénes ya asimilaron este eufemismo que escuché por primera vez en agosto del 2005, cuando el Ministerio de Planificación presentó un catastro de las Personas en Situación de Calle Vaya, pensé esa vez: un nuevo gato por liebre en el lenguaje de los planificadores sociales. Porque los pobres no son pobres, sino “personas de escasos recursos” o “personas vulnerables”; porque los niños maltratados y abusados son “niños en situación de riesgo”, y ahora los pobres que hacen su vida en la calle, no se llaman indigentes. Son PSC. Aún no he leído esta sigla en ningún documento oficial, pero no resultaría extraño que para ahorrar tiempo y papel ya estén siendo identificados con estas tres letras.

Apunto los datos del afiche y cuando tomo notas recuerdo al Carlos, el hombre que por unos meses durmió debajo de un puentecillo que conducía al Block 18, de la Avenida Carlos Antúnez. Durmió o intentó dormir ahí, hasta que vino el camión municipal y lo desalojó. No le dejaron nada, ni las colchonetas ni las frazadas que compartía con sus dos perros y con la Lala, su mujer. Tomo notas y recuerdo a la Lala. Durante los once años que viví en el Block 18, la vi tirar su colchoneta entre las ligustrinas del parque o en el pasadizo que conectaba la calle Luis Middleton con Avenida 11 de Septiembre, bajo las torres de Providencia. Eso hasta que lo cerraron para que la Lala y el Carlos y sus perros no afearan el lugar.

Mi madre era amiga del Carlos y de la Lala. Hablaba con ellos, eran sus vecinos y nunca se quejó del mal olor de sus cuerpos. Ella entendía que en Providencia no existían duchas para los indigentes. Ella sabía que tenía que hablar con la Lala para convencerla de que dejara de tomar vino para detener esa cirrosis que la iba a matar. Mi madre nunca supo que sus amigos eran personas en situación de calle.

Lo que sí sabe mi madre es que estoy en situación de decir que la Lala murió hace algunos meses. Que llevaron su cuerpo a la iglesia de la Divina Providencia, que la velaron, que los que la encontraban fétida rezaron por ella, que el Carlos quedó viudo Doy este dato para que eliminen a la Lala de las estadísticas de libro denominado “Habitando la calle” (otro giro sorprendente de los planificadores). Sin la Lala ya no son 7.254. Una menos, aunque sospecho que durante este año otras decenas de chilenos deben haber salido a “habitar la calle”.
Habrá que esperar el nuevo catastro. Tal vez venga con nuevos modismos destinados a hermosear la pobreza.